Amor en el Tiempo

Amor en el Tiempo

Anna Roiget Giménez


EUR 17,90

Formato: 13,5 x 21,5 cm
Número de páginas: 400
ISBN: 978-84-9072-551-1
Fecha publicación: 12.12.2019
Un reloj mágico conseguirá que un chico de 1918 y una chica de 2012 se conozcan y se enamoren, aunque para estar juntos vivirán muchas aventuras, buenas y malas.
Introducción

Esta historia que versa sobre magia y romanticismo comienza en 1863 en la ciudad de Chicago, Illinois.
En una de las calles de la zona industrial había una pequeña relojería.
La fachada era de madera, con ventanales grandes que dejaban ver el interior. Paredes verdes, que se veían poco porque estaban llenas de relojes de todo tipo. Desde cucos hasta relojes de bolsillo,todos eran creados y fabricados por el propietario, el cual se podía ver dentro.
Eraun hombre de unos cuarenta años, de pelo corto y negro, alto y de constitución delgada. Llevaba un delantal de cuero para protegerse de las manchas de aceite.
Se llamaba Albert Jonesy ¡adoraba los relojes!, pertenecía a una gran familia de relojeros. Cuando volvió de la guerra, donde le hirieron en la pierna derecha, decidió abrir esa tienda. Su pasión era fabricar relojes y después venderlos a un precio asequible.

Un día en que los clientes escaseaban tuvo una idea, cerró la puerta principal con llave y fue a la trastienda donde tenía el taller. Se sentó frente a la mesa, encendió la lámpara de carburo, reguló la luz, cogió una hoja de papel y un carboncillo y dibujó el boceto de un nuevo reloj; iba a ser de bolsillo. Fue a la zona del crisol, echó pepitas de oro de 24 quilatesdentroy atizó el fuego para que calentara más rápido, tenía que llegar a la temperatura ideal para fundirlas.
Cogió dos moldes y talló el diseño de la caja en su interior. En la parte superior le dio más profundidad y en el centro dibujó una J mayúscula. Después unió los dos moldes por sus cierres. Observó que ya estaba líquido el oro por lo que sacó el crisol del fuego y lo acercó al molde que estaba de pie en una máquina que hacía de tenaza. Volcó el oro por el agujero y esperó a que enfriara.

Volvió a la tienda y abrió porque vio a un par de clientes esperando, se disculpó y los dejó pasar. Compraron un reloj de cuco y otro de bolsillo.
Después empezaron a sonar todos los relojes, señalando la hora del cierre.
Entró en su despacho, cogió su chaqueta larga de lana negra, su bastón y el sombrero en forma de bombín,y salió de la tienda.

A la mañana siguiente, abrió su tiendacontento como siempre, dejó sus cosas en el despacho y entró en el taller.Comprobó el molde, lo abrió y sacó la caja. Talló en la tapa un corazón dejando la letra en el centro. Terminó de darle forma, vaciando las partes sobrantes para poner la maquinaria.
Más tardese ocupó de diseñar las manecillas y el resto de la maquinaria. Era la parte más compleja para fabricar un reloj.

El reloj estaba casi terminado, había estado enfrascado varias semanas en él. Los relojes de la tienda sonaron como siempre, por lo que dejó lo que estaba haciendo, guardó el reloj en la caja fuerte y se marchó. Desde que estaba fabricándolo, el tiempo le pasaba volando.

A medianoche de ese mismo día, aparecieron dos seres diminutos.
Eran un hombre y una mujer.Ella era rubia de pelo largo y ondulado, llevaba un vestido blanco ceñido, resaltando su figura.sin mangas, en sus brazos llevaba brazaletes de oro. También lucía una diadema de oro en la cabeza. En cambio, el hombre era musculoso, de pelo corto y castaño, en su cara se apreciaban rasgos de madurez. Llevaba brazaletes de oro como ella, su atuendo era parecido al de la mujer: una capa roja sujeta con dos broches de oro con dibujos en relieve yun cinturón dorado.
—Venga, date prisa—dijo ella.
—¿Qué pasa, mujer? —dijo el hombre, su voz era ruda y fuerte.
—Esto está muy oscuro y hay mucho polvo, no quiero ensuciarme. Se sacudió las manos para limpiarse.
—De acuerdo —respondió.Hizo aparecer un báculo con una piedra de ónice en la punta y lo levantó hacia el cielo—. Espíritus del pasado y del futuro, yo os invoco.
Apareció de la nada una espiral blanca muy luminosa y dos seres más pequeños que ellos salieron de ella.
—Cronos, ¿crees que funcionará?—preguntó algo preocupada, tenían una misión y debían cumplirla.
—Por supuesto, ellos son los indicados para que este reloj se convierta en una máquina del tiempo.
—Pero, ¿y si cae en malas manos?
—Haremos el conjuro para que solo funcione con personas de corazón puro; deberías saberlo, al fin y al cabo, tú eres la diosa del amor.
—De acuerdo, empecemos.
—Espíritus del pasado y del futuro, necesitamos vuestros poderes en este reloj —clamó señalando el objeto.
Los espíritus se dirigieron al reloj dotándolo de su magia a partes iguales. Al cumplir con su misión se marcharon de la misma forma en la que aparecieron.
—Afrodita, es tu turno —dijo Cronos, dios del tiempo y el espacio.
—Vale. —Se acercó al reloj y realizó su conjuro—:Todos los Jones tienen derecho a encontrar el amor verdadero; que este reloj les ayude a encontrarlo sin importar el lugar ni el tiempo. — El reloj empezó a brillar—. Ya está.
—Muy bien, pues vámonos.
Desaparecieron en un haz de luz.

El sábado por la mañana Albert fue a la tienda para terminar el reloj y poder regalárselo a su esposa al día siguiente, día de su cumpleaños. Como ese día no trabajaba, cerró la puerta con llave por dentro y dejó puesto el cartel de cerrado.
Se dirigió hacia el reloj.El hombre no sabía que su creación ya no era normal. Siguió con él hasta terminarlo, después lo guardó en la cajita y al mediodía se marchó a casa con él en el bolsillo de su chaqueta.

Así es cómo empieza la historia del reloj mágico.


Los Jones

En 1871 un gran incendio cambió la vida en la ciudad. La zona industrial fue la más afectada, el fuego destruyó negocios, casas y fábricas. Fue un golpe muy duro para la economía. Mucha gente lo perdió todo y el gobierno solo valoró las pérdidas en daños materiales en miles de dólares, pero no ayudó a la gente. Ni siquiera los potenciados lo hicieron. Albert y su esposa tuvieron que irse a vivir a casa de su hijo al otro lado de la ciudad.
El hijo de Albert, Anthony, era tan alto como su padre, de pelo castaño y ojos azules. Estaba casado con la hija de un abogado muy prestigioso y de la alta sociedad. Se llamaba Anabella Smith.
Anabella era muy dulce, de cara redonda, pelo largo y cobrizo. Sus ojos color ámbar erande un tono nunca visto, puesto que toda su familia los tenía verdes, azules o marrones; estatura media y delgada con curvas.
A Anthony, tras casarse, se le dio la oportunidad de trabajar en el bufete familiar. No hacía mucho que había salido de la Facultad de Derecho con el título en la mano yno quería dedicar su vida a los relojes como su padre, pues no le entusiasmaban demasiado.
Se mudaron a una mansión en la zona alta, tras la nueva reconstrucción de la ciudad.La casa era blanca, de estilo colonial, con una puerta pintada de azul marino,un porche grande y un jardín trasero en el que Anabella se pasaba horas cuidando.
Todos los empleados eran felices trabajando para los Jones, no les trataban como criados como en otras casas adineradas.
El interior de la casa era como un palacio debido a los muebles de época.En el salón tenían un retrato de la boda y había una sala de baile para las fiestas que debían ofrecer por la profesión de Anthony. También disponían de un despacho muy acogedor, con un escritorio y una alfombra persa; la biblioteca hacía juego con la mesa y estaba repleta de libros de Derecho y jardinería, entre otros.
En 1900 Anabella tuvo a su primer y único hijo varón. Un niño al que llamaron David.Se parecía muchísimo a su madre, había heredado el mismo color de ojos y su pelo.
Anthony se convirtió en un excelente abogado y su suegro le animó para que se presentara a fiscal del Estado. Sabía que era un cargo muy importante, quería hacer feliz a su familia y poder mantenerla, ya que tenía un miembro más, su pequeño David, al que trataron de enseñarle sus principios y estilo de vida y, a medida que crecía, se dieron cuenta de que lo habían hecho bien. David detestaba a la gente superficial y a los que se creían superiores a los demás por tener dinero.
Había recibido unos modales que ni un príncipe conseguiría superar.Su madre le enseñó a tocar el piano desde niño.Al principio era muy aburrido para él, pero significaba pasar tiempo con su madre y eso le gustaba. Terminó apreciando la música.

En 1918, David era todo un hombrecito de diecisiete años, era igual de alto que su padre. Tenía un sueño que deseaba cumplir, pero no sabía cómo reaccionarían sus padres, así que cogió fuerzas y un día que estaban los tres solos en el comedorles dijo que deseaba ser médico. Miró a su padre temiendo su reacción.
Anthony notó que su hijo estaba nervioso, así que se acercó y le preguntó:
—¿Qué ocurre, hijo?
—Me preocupa tu opinión—dijo mirando al suelo.
—¿Por qué?
—Sé que querías que fuera abogado, como tú y el abuelo y…— No se atrevió a continuar, pero no le hizo falta porque su padre le interrumpió.
—Espera, yo no quiero que seas como yo, solo quiero lo mejor para ti. Si tu sueño es ser médico, no soy quien para impedírtelo.— David lo miró para ver si quedaba algún resquicio de duda—. Me siento muy orgulloso de ti y tu madre también.
Le sonrió para darle fortaleza y que supiera que estaba siendo sincero.
—Gracias, papá.
Se abrazaron. David estaba más relajado.
—De nada, pero mírame a mí, mi padre era relojero y yo soy abogado. No he seguido sus pasos, por lo tanto no soy nadie para obligarte a que seas como yo.Quieres ser médico, perfecto, es una profesión muy respetable.
David recordó a su abuelo que murió de párkinson cuando él tenía ocho años. A medida que la enfermedad avanzaba, ya no podía ni comer solo, así que se rindió sin luchar.
Anabella se levantó de la silla y se acercó a los dos hombres que más amaba. Los abrazó dándoles todo su amor, su cariño y su apoyo. Después tuvo que volver a la realidad y avisar a su hijo de la fiesta que tendrían al día siguiente.
—David, mañana por la noche tendremos invitados—dijo con desgana.
—Pues, vaya, intentaré soportarlo.—No le hacía gracia, pero sabía que tenía que aguantarlo.
Se disculpó y se retiró a su habitación. Ya tenía la aceptación de sus padres y esperaba que pronto le llegasen las respuestas de las solicitudes que había enviado a las universidades.
Se puso el pijama y se acostó. Cerró los ojos para tratar de conciliar el sueño, pero había algo que le preocupaba. Detestaba fingir lo que no era delante de la gente que no le gustaba; eran todos iguales, de carácter superf luo y superficial, unos hipócritas.
Los odiaba desde pequeño, cuando escuchó a su padre y a su abuelo materno discutir por los problemas de la zona industrial. Su padre quería ayudar a los que lo perdieron todo en el incendio y el abuelo le decía que para hacerlo tenía que renunciar a todo el dinero que tenía, ya que ayudar a tanta gente costaba millones. El anciano también quería ayudar, entendía por lo que estaba pasando su yerno, su consuegro lo perdió todo, pero quería hacerle entender que no se puede ayudar a todo el mundo.
David, desde entonces, odiaba a los políticos y a aquellos que tienen mucho dinero y no hacen nada por esa gente que vive en la calle y no tiene trabajo. Además, sabía que tendría que tocar el piano para ellos,eso era lo que más detestaba hacer. Esa gente no apreciaba la buena música, eran todos unos falsos; pero sabía que le tocaría fingir, una vez más. Después de un rato, consiguió dormirse.

Sus padres hablaban de él, de lo orgullosos que estaban y que sabían que llegaría a ser un buen médico.
Anthony estaba de pie al lado de la chimenea encendida, con una copa de bourbon en la mano. Anabella se encontraba sentada en el sillón de cuero verde, con un libro de jardinería en su regazo, pero no conseguía prestar atención a la lectura.
Anthony se quedó mirando su copa, muy pensativo, y parecía que Anabella estaba igual.
—Creo que antes de que se marche, será mejor darle el regalo— dijo Anthony cortando el silencio.
—Sí, yo también lo creo, pero aún no sabemos cuándo se irá.
Anabella tenía razón, no sabían si su hijo había enviado ya las solicitudes.
Al día siguiente, durante el desayuno, el mayordomo entró con una bandejita de plata, contenía muchas cartas y todas eran para David.
—Señor, esto es para usted—dijo el hombre dejando la bandeja al lado de David.
—Muchas gracias, Jeffrey.
Cogió las cartas y el hombre se marchó dejando a la familia a solas. David abrió la primera carta, era de Harvard, la leyó entera y se puso muy contento, le habían aceptado, la dejó a un lado y abrió otra y otra… Todas ellas eran de universidades muy buenas y le habían aceptado en todas, pero él quería estudiar en la Universidad de Harvard.
—Papá, mamá, me han aceptado en muchas universidades, pero quiero ir a Harvard.
—¿Te han aceptado?—preguntó Anthony.
—Sí.
—Estamos muy orgullosos de ti, hijo, has escogido una buena universidad—dijo Anthony levantando el mentón y poniéndose más recto, signo de que lo sentía de verdad.
—Es cierto, lástima que tengas que marcharte a Boston— comentó Anabella un poco triste.
David se levantó y se acercó a su madre que se encontraba al otro extremo de la mesa, le dio un abrazo para animarla.
—Te prometo que estudiaré mucho, madre, y que me graduaré con honores.
—Oh, hijo, eso no me importa, solo quiero verte feliz y con un futuro. Veo que ya no me necesitas como antes, has crecido muy rápido—dijo mientras le cogía la mano que la abrazaba.
—Madre, siempre te necesitaré, pero me habéis educado para valerme por mí mismo y estoy listo para probar mis alas.
—Lo sé, hijo, lo sé—respondió emocionada dándole palmitas en el brazo.
Se separó de ella y regresó a su sitio para terminar su desayuno. Estaba muy contento, iría a Harvard, lo deseaba tanto. Estudiaría mucho para que sus padres siguieran sintiéndose orgullosos. Cuando terminó cogió su correo y fue a su habitación.

Más tarde llamaron a su puerta, David abrió y se encontró con el mayordomo.
—Señor, sus padres le requieren en el despacho.
—Muchas gracias, Jeffrey, voy ahora mismo.
El mayordomo se marchó y David lo siguió.
Al llegar vio la puerta cerrada, llamó y entró, vio a su padre sentado en su sillón y a su madre de pie a su lado, David se acercó a ellos.
—¿Ocurre algo?—preguntó extrañado.
—No, hijo.Queremos darte un regalo—respondió Anabella acercándose a él.
—Ah.
Su madre le cogió la mano y lo condujo hasta el escritorio.
—Ten, David—dijo Anthony mientras dejaba la cajita delante de su hijo.
David lo cogió y la abrió, se encontró con un reloj de oro.
—Lo hizo tu abuelo para dárselo a tu abuela. Hace algunos años, ella me lo dio como recuerdo de mi padre. Pero deseo que lo tengas tú, querías mucho a tu abuelo y te afectó muchísimo su muerte. Guárdalo en recuerdo de él —explicó su padre.
Sacó el reloj de la cajita y lo examinó, acarició el dibujo de la tapa, después lo abrió, el reloj era precioso y funcionaba perfectamente.
—Fue su mejor obra, se sintió muy orgulloso al hacerlo, es especial—dijo Anthony, se notaba en su voz la nostalgia.
—Gracias, papá.
Abrazó primero a su madre y después a su padre y luego se marchó porque su padre tenía trabajo, así que su madre salió con él.
—David, hijo, ¿cuándo tienes que irte?
—En dos meses.
—Bien, aún tengo tiempo para tenerte conmigo—dijo suspirando y sonrió.
—Claro que sí, madre. —La abrazó para mostrarle cuanto la quería—. ¿Quieres que te ayude en algo?
—No, hijo, voy al jardín un rato.
Le dio un beso y se fue.
David se quedó mirando el reloj un poco más, sentía que era algo especial, diferente a todos los demás.Iba a descubrirlo, pero aún no sabía cuándo ni cómo.

Pasó el día practicando en el piano. Sabía que esa noche tendría que tocar para toda aquella gente que iba a invadir su casa. Solo paró para comer y para ir al baño. El reloj carrillón que había en la sala le avisó que en dos horas empezaría la fiesta, así que dejó de tocar y fue a su habitación para cambiarse.
Vio que encima de la cama tenía preparado el esmoquin, cogió ropa limpia y fue a darse un baño.Salió con la toalla puesta y se vistió. Antes de ponerse la chaqueta tenía que hacerse el nudo de la pajarita, se acercó al espejo y se lo hizo, después se miró al completo y, al ver que estaba bien, se puso la americana y salió.
En el salón se encontró a sus padres, sentados y leyendo. Su padre llevaba el mismo esmoquin que él, con el pelo mojado y peinado hacia atrás.
Su madre llevaba un moño y su vestido era glamuroso, falda grande, en el torsoun corsé y se le veían un poco las enaguas al estar sentada. Era dorado con flores plateadasy ¡estaba preciosa!, su escote era pronunciado y llevaba un colgante de diamantes, regalo de su marido.
Cuando los vio con esos trajes pensó que para relacionarse en sociedad tenían que disfrazarse y actuar como ellos por el trabajo de su padre. Era un gran sacrificio aparentar algo que no eres.
En ese momento sonó el timbre y Jeffrey fue a abrir. Los Jones acudieron a recibir a sus primeros invitados.
Cuando Jeffrey abrió, entró una pareja.El hombre llevaba un abrigo largo y sombrero de copa junto con guantes blancos De su brazo izquierdo colgaba el de su pareja, que llevaba un abrigo negro, pero se podía ver el vestido por debajo, era rosa y hacía juego con el moño que parecía una rosa.
Le entregaron todo a Jeffrey y se acercaron a los Jones para saludarlos. Resultó ser el alcalde de Chicago y su esposa; era algo que David no entendía,cómo una mujer joven y guapa estaba con un hombre mayor y casi calvo. La vio examinar el lugar y lo entendió, el dinero lo puede todo, incluso poder lucir a una mujer joven y hermosa del brazo.
—Alcalde, es un placer tenerle aquí—dijo Anthony mientras se estrechaban la mano.
—Gracias por invitarnos —respondió saludando a Anabella y después a David.
Estuvieron así un buen rato, hasta que llegó el último invitado. David no entendía porqué su padre se empeñaba en dar esas fiestas, si detestaba a toda esa gente.
Todo el mundo pasó a la sala de baile, hablaban entre ellos, mientras circulaban camareros con bandejas de canapés y copas de champagne.
Una señora de sesenta años se acercó a David y le preguntó si seguía tocando el piano.Él sabía lo que pasaría, siempre era lo mismo,así que le dijo que sí, después la señora le preguntó si podía tocar algo y, para no ser maleducado, se disculpó y fue al gran instrumento;los criados lo habían puesto en una esquina de la sala. Se sentó y empezó a tocar la canción de su madre, los invitados dejaron de hablar y lo miraron.
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